miércoles, 14 de noviembre de 2012

Beatriz Repetto Tió y Rubén Maldonado Cárdenas: Una vida de investigación y docencia


El jueves 1 de agosto de 2002, el Diario de Yucatán publicó, en su sección Imagen, la siguiente entrevista:

ENTREVISTA

Una vida de investigación y docencia.

Ser arqueólogo no es fácil, implica esfuerzo, estudio, dedicación, sacrificio y, sobre todo, un especial cariño por las cosas del pasado. Sin embargo, la recompensa es grande para quien el estudio del hombre y su cultura son el alimento diario.

Ésa es la impresión que dejan los arqueólogos Rubén Maldonado Cárdenas y Beatriz Repetto Tió*, quienes forman parte del grupo de pioneros de la investigación antropológica en Yucatán que han develado un poco el misterio de los mayas, y son formadores de casi todas las generaciones de arqueólogos surgidos de la Facultad de Ciencias Antropológicas de la Uady.

El visitante que llega de lejanos puntos del planeta para admirar la grandeza y la belleza de la cultura maya no puede dejar de pensar en las personas que levantaron los monumentales edificios, o trabajaron con sus manos las delicadas, exquisitas piezas cerámicas o de jade que han sobrevivido el paso del tiempo. Pero pocos se ponen a pensar en los actuales hombres y mujeres que con su trabajo constante rescatan de la espesura de las selvas, de lo húmedo de la tierra y de las sombras del misterio lo que fue la vida y desarrollo del antiguo pueblo maya.

Dos de ellos son Rubén Maldonado y Beatriz Repetto, quienes están unidos no sólo por el lazo indisoluble del matrimonio sino también por ese amor a las cosas del pasado, a la investigación y a la docencia, las cuales han sabido combinar durante más de treinta años.

—¿Cómo se forma un arqueólogo? —preguntamos.

—Con mucho esfuerzo y estudio —contesta “doña Bety”, como le llaman sus alumnos—, hay que tener mucha fuerza de voluntad para salir adelante, hay que luchar mucho, ya que el trabajo arqueológico implica sacrificios e incomodidades.

—Dadas las condiciones de relajamiento social y de una cultura encaminada más a la diversión y a vivir el momento, ¿hay jóvenes interesados en el pasado, en el estudio de lo antiguo?

—Pues hay de todo —indica don Rubén—, en la facultad hay buenos, regulares y malos alumnos, pero creo que si se sabe estimular al estudiante es posible rescatar a los regulares y a los malos.

—Pero tienen que poner mucho de su parte y si se consigue que entiendan la importancia del estudio antropológico es posible salvarlos.

—Maestra Bety, ¿cómo llega usted a ser arqueóloga?

—Mi padre, don Guillermo Repetto Milán, nos inculcó desde pequeños la afición al estudio y a la lectura, en las vacaciones nos traía libros, muchos libros, por lo que no nos faltaba material para aprender. Hubo un libro que me impresionó mucho, que se llamaba Dioses, Tumbas y Sabios, de C.W. Serant, y creo que fue por ello que me nació el deseo de conocer el pasado. A esto le añado haber asistido en los años cincuenta a una conferencia que dio el arqueólogo Alberto Ruz Lhullier, sobre los magníficos descubrimientos del templo de las Inscripciones en Palenque, entre ellos la tumba de Pacal.

—Sin embargo, no fue sino muchos años después que, platicando en la Alianza Francesa sobre estos deseos de estudiar antropología, conocí a un alumno del maestro Alfredo Barrera Vásquez, el hoy Dr. Ramón Arzápalo Marín, quien me dijo que hablara con el maestro Barrera y le expusiera mi deseo.

—Así lo hice. Él, luego de escucharme, me dijo que acababa de dar un discurso ante el rector de la Universidad de Yucatán, en ese entonces Francisco Repetto Milán, donde había hablado de la necesidad de que Yucatán contara con una escuela de antropología, y que el rector le había contestado “tráigame un grupo de alumnos y yo abro la escuela”.

—El maestro Barrera me dijo que hiciera una carta, buscara a 25 personas que quisieran estudiar y que la firmaran. Así lo hice y la llevé al rector. Ése fue el inicio del Centro de Estudios Antropológicos, hoy Facultad de Antropología.

—¿Cómo fue ese inicio?

—Pues había muy pocos profesores. El maestro Barrera daba muchas clases y, en general, teníamos muchas carencias. Entre los docentes estaban Román Piña Chan y Ana María Crespo, entre otros.

—Entre los compañeros de generación, Piedad Peniche y Salvador Rodríguez Losa, recientemente fallecido.

—¿Qué hizo después?

—Algunos trabajos de rescate en Yucatán y luego viajé a la ciudad de México, aceptando una invitación para integrarme al Departamento de Prehistoria del Inah, donde trabajaba un pasante de arqueología llamado Rubén Maldonado —recuerda.

—En México trabajé en el área de restauración, donde aprendí el manejo de las técnicas que se aplicaban en los museos de Inglaterra y Canadá y luego fui becada para tomar un curso sobre protección del patrimonio cultural, promovido por la OEA.

—También estuve en Jalisco, en el lago de Chapala. Ahí, durante el rescate de un terreno en el que se construiría un hotel, tuve la oportunidad de excavar y encontrar los restos de un mamut.

—Luego de casarme y trabajar en Chiapas, regresé a Mérida para formar el primer equipo de lo que sería un centro de investigaciones regionales con la encomienda de abrir el primer taller de conservación de materiales arqueológicos.

Era 1972, y al mismo tiempo entré a dar clases a la Escuela de Antropología con la materia de Teoría de la Conservación de Materiales Arqueológicos, la cual imparto hasta ahora.

—A su regreso, Rubén también fue invitado a dar las materias de Métodos y Técnicas Arqueológicas, y luego propone que se incluya la asignatura de Dibujo para Arqueólogos. Así que somos prácticamente maestros de todas las generaciones de arqueólogos yucatecos salidos de la escuela de antropología.

Don Rubén recuerda que su primer trabajo en Yucatán, y su primer contacto directo con la arqueología y la cultura maya, fue un salvamento en Chuburná de Hidalgo. Luego, de 1978 a 1979 le tocó trabajar en Uxmal, donde colaboró en el rescate y consolidación del Juego de Pelota.

—En este trabajo pude aportar mis conocimientos sobre arqueología y arte, ya que en la liberación y restauración se aplicaron por primera vez en la región las experiencias de la metodología de los estudios prehistóricos y de estética —señala el maestro.

—Otros proyectos importantes que he realizado en Yucatán son la liberación y consolidación del Templo de las Pilastras, en el sitio arqueológico de Ruinas de Aké, el castillo de Chacbolay y, desde 1993, dirijo el proyecto arqueológico de Dzibichaltún, donde se ha liberado y consolidado la Estructura 44, el rescate de una tumba en la Estructura 42, que permitió conocer los nombres de los gobernantes del sitio; rescate de unidades habitacionales y trabajos de mapeo y exploración que permiten ampliar el área del sitio y obtener nuevos datos sobre su desarrollo, el cual se remonta hasta el periodo Preclásico.

— ¿Hay mucha diferencia entre la arqueología de hace 30 años y la de hoy?

—Indudablemente —señala el arqueólogo Maldonado—, hace 30 años no existía siquiera un centro Inah, ya que no había arqueólogos en Yucatán.

—Esporádicamente llegaban investigadores del centro del país pero en temporadas muy cortas. El saqueo y la destrucción eran cosa cotidiana.

—En cambio, gracias a la existencia de la Facultad de Antropología y del centro Inah, se ha logrado salvar y devolver algo de su esplendor a la civilización maya.

—¿Qué le falta a la arqueología de Yucatán?

—Más recursos económicos, ya que, a pesar del enorme apoyo que en los últimos diez años se dio a la arqueología, es tanto el patrimonio cultural que es casi imposible trabajar todos los sitios.

—Es ahí donde debería entrar una estrategia para que la población adquiriera conciencia sobre la importancia de proteger el patrimonio cultural.

—¿El turismo masivo afecta a los sitios arqueológicos? ¿Qué se debe hacer al respecto?

—Regular —señala enfática Beatriz Repetto—. Es necesario controlar el acceso a los sitios y, en caso necesario, no permitir el ascenso de los visitantes a los monumentos que presentan algún riesgo de destrucción.

—Esta regulación y control de los sitios —interviene Rubén Maldonado— se puede lograr evitando la saturación de visitantes a pocos lugares, como sucede con Chichen Itzá y Uxmal. Por ello es importante que se trabaje en la consolidación de más sitios, en primer lugar para acrecentar el conocimiento y en segundo porque el turismo está llamado a ser una importante fuente de ingresos para el Estado.

—Es bueno que haya diversificación, pero no se puede negar que el turismo será muy importante para la economía del Estado, y, sobre todo, para las comunidades que están alrededor de esos sitios —coinciden.

—De hecho, esto tiene que venir acompañado de una mejor infraestructura hotelera y de servicios que también beneficiarán a las comunidades aledañas.

—En el aspecto académico, ¿qué ha variado en cuanto a los viejos conceptos sobre la cultura maya?

—Mucho —señala don Rubén—: primero, que no hay aquella creencia de que Yucatán se pobló en el periodo Posclásico. Ya sabemos que hubo ocupación muy temprana desde el Preclásico, y aunque no hay mucha evidencia todavía estamos seguros de que estudios en cuevas o cenotes nos llevarán todavía más atrás en cuanto a la ocupación de la Península, al nomadismo y a las etapas precerámicas, que prácticamente no se han estudiado en Yucatán.

—Otro avance es contar con un Atlas Arqueológico, cosa que no todos los estados tienen. Ésta fue una importante aportación del Dr. Eduardo Kurjack y de todos los arqueólogos que han trabajado los sitios prehispánicos.

—¿El trabajo en la docencia se complementa con la investigación arqueológica?

—Definitivamente —indica la maestra Beatriz—, el trabajo con los alumnos es estimulante y enriquecedor, incluso para el ánimo del profesor, que a veces puede caer en depresión, pero al llegar al aula uno se contagia de la alegría de los jóvenes y de inmediato entra en “sintonía”.

—Por eso es triste cuando nos topamos con un joven que, contagiado del desorden social, se deja arrastrar y pierde su tiempo en cosas vanas y no dedica el tiempo suficiente al estudio.

—Muchos alumnos se quejan de que al terminar la carrera de arqueología no tienen trabajo, pero deben entender que la formación universitaria que adquirieron les ayudará a obtener otro empleo, en el cual podrán desarrollarse, lo que les permitirá vivir con decoro —apunta la maestra Beatriz.

—¿Cuáles son sus planes como arqueólogos?

—En mi caso —señala Rubén Maldonado—, continuar en Dzibichaltún hasta donde el dinero y el cuerpo aguanten. Hay proyectos interesantes como el rescate de unos sacbeo'ob para que la gente que acuda al sitio camine sobre los mismos caminos que utilizaban los mayas.

—Yo desearía —señala doña Bety— estudiar el doctorado, no por el afán de competir, sino por el placer del conocimiento.

—¿De sus hijos, alguno heredó el amor por estudiar el pasado?

—Sólo uno, Adrián, pero él se inclina por la antropología social, así que no heredó el lado arqueológico de sus padres, aunque ha dicho que lo que sí quiere heredar es la biblioteca —señala entre risas la orgullosa madre.

—Mis otros dos hijos son Valentina, que terminó la carrera de Derecho, y Andrés, quien estudió Administración de Recursos Naturales en la Universidad Marista.

—Creo que es importante el trabajo de transmisión de tradición a los hijos y enseñarles a razonar.

—Si padres y educadores hicieran esto no habría tantos jóvenes que pierden el tiempo y su existencia en las discotecas y cosas inútiles.

—Hay que enseñarles que la vida debe ser productiva y que deben devolver a la comunidad lo que se recibe —enfatiza la maestra Bety.

—Y, sobre todo, que a pesar de las dificultades hay que ver la vida con optimismo —concluyen. — Ángel Rivera Pérez. — Mérida, Yucatán, julio de 2002.

---

El arqueólogo Rubén Maldonado Cárdenas nació en Jojutla, Morelos, zona arrocera y cañera del centro del país, donde realiza sus estudios básicos, desde preescolar hasta el bachillerato.

Sin embargo, decide partir a la ciudad de México para realizar estudios de arte e iniciar una carrera como pintor. Ingresa en la Escuela Nacional de Artes Plásticas, conocida también como la antigua Academia de San Carlos, donde luego de cinco años se titula como Maestro en Artes Plásticas. Al terminar, se dedica varios años al arte, e incluso presenta varias exposiciones.

En ese tiempo no imaginaba que posteriores estudios harían que su carrera profesional diera un cambio radical, cambio que incluso marcaría también su vida personal.

Ante los problemas y carencias que rodean la vida de un artista, y luego de realizar estudios sobre Historia del Arte y Arquitectura Prehispánica, comienza a inclinarse por los temas antropológicos, lo que lo lleva a estudiar la carrera de arqueología. Durante sus estudios empieza a tener contacto con la arqueología de la Península, al trabajar en 1968 bajo la dirección del reconocido arqueólogo campechano Román Piña Chan, en los salvamentos arqueológicos que se realizan en la Villa Olímpica. Casi al término de su carrera recibe una invitación del profesor José Luis Lorenzo, su maestro, para trabajar en el Departamento de Prehistoria del Instituto Nacional de Antropología e Historia (Inah). En esos tiempos conoce a una joven yucateca, que llega desde Mérida a trabajar al mismo Departamento de Prehistoria, y con la que dos años después contraería matrimonio, Beatriz Repetto Tió.

Esta joven meridana, hija de los esposos Sres. Guillermo Repetto Milán y Beatriz Tió Domingo, luego de realizar estudios de idiomas y haber impulsado la apertura del Centro de Estudios Antropológicos de Yucatán, viaja a la ciudad de México a continuar sus estudios y a trabajar en el campo de la restauración.

En esos años surge el proyecto de la presa de la Angostura, en Chiapas, la cual dejó bajo el agua un sitio arqueológico completo. El arqueólogo Maldonado viaja a ese sitio para rescatar la mayor cantidad de información, pero antes contrae matrimonio con la arqueóloga Beatriz Repetto. Ésta sería prácticamente su primera investigación juntos.

Otra etapa en la vida del arqueólogo es la sindical. De 1974 a 1976 fue secretario del Trabajo y Conflictos en la delegación DII-345 del SNTE, en representación de los investigadores del Inah. En esos tiempos -recuerda-, cuando era director del Inah el maestro Guillermo Bonfil Batalla, luchan por cambiar las condiciones de trabajo de la dependencia, se implanta el sistema de escalafones, se abren los centros regionales y se impulsa la protección de los derechos de los investigadores, logros que hasta hoy se disfrutan.

Con la desconcentración administrativa del Gobierno Federal, y con el aliciente de una esposa arqueóloga oriunda de Yucatán, quien ya desarrollaba varios trabajos en el Estado, el arqueólogo Maldonado decide venir a Yucatán, lo que significaría el inicio de una nueva etapa en su vida profesional.

*Nota del administrador de Los Repetto en Yucatán: La arqueóloga Beatriz Repetto Tió es hija del profesor Manuel Guillermo Repetto Milán, nieta del Capitán de Marina Venancio Repetto Azcúe, bisnieta del Dr. Francisco Repetto Badía y tataranieta del comerciante genovés Juan Repetto Simonet.

No hay comentarios:

Publicar un comentario